La desaparecida fábrica de harinas de La Flecha



Por Antonio Fonseca
No son tantos los años que han pasado desde que, paseando por la orilla del Pisuerga, en La Flecha, lindando con su presa, entre ésta y el Botánico actual, podíamos contemplar las ruinas de la antigua fábrica de harinas que se alzaba majestuosa sobre el río, tres pisos y medio sobre el nivel del agua y dos en la orilla.
La vieja fábrica, de ladrillo, resaltaba por el zócalo en piedra en sus cimientos así como en sus tres arcos por donde entraba el agua a las turbinas; tenía casi 60 metros de largo por 14 de ancho y estuvo funcionando hasta 1962 en que su particular crisis hizo que dejara de molturar, pero hasta entonces fue una industria puntera dentro de las fábricas de harina de Valladolid, industria ésta que destacó especialmente en la segunda mitad del S. XIX siendo nuestra provincia la primera de España en cuanto a fábricas de este tipo, con 14, y sus 429 molinos.
Fue en esta industria donde la burguesía capitalista vallisoletana se volcó invirtiendo grandes capitales y a ello contribuyeron tres causas principales. La primera la Desamortización de 1836 donde pudieron comprar los latifundios de las órdenes religiosas a precios módicos y en ellas iban muchas aceñas y sus correspondientes presas que no dudaron en convertir en más modernas aprovechando la fuerza motriz del agua y los nuevos inventos en el arte de la molienda aparte de que la conclusión de la segunda gran guerra europea tenía al continente sin harina que paliara la hambruna. La segunda fue el transporte, que aquí comenzó su apogeo con la llegada del ramal Sur del Canal de Castilla a Valladolid en 1835. A partir de esa fecha la navegación entre las dársenas de Pucela y Alar del Rey se hizo constante salvando las 25 esclusas de este tramo y con las barcazas arrastradas por los caminos de sirga por yuntas de bueyes que tiraban de la sirga, la maroma a que iban atadas las embarcaciones. En la década de 1850-60 llegaron a ser hasta 350, época de su mayor esplendor pues al Canal a partir de ahí le esperaba el declive por la llegada del ferrocarril; en 1860 a Valladolid y con una línea hasta Alar paralela al Canal de Castilla. Pero si eso fue en detrimento del dicha vía acuática no resultó igual para la industria harinera en general ya que el ferrocarril fue un revulsivo pues acortaba la duración del viaje hasta los puertos de Santander y Bilbao, donde iba a parar casi todo el producto. Y es desde ahí donde inicia un nuevo periplo y encontramos la tercera causa del auge de tal industria y esta no era otra que el proteccionismo estatal sobre el grano y la harina que no dejaba entrar los norteamericanos, mucho más baratos, y nuestra harina navegaba a las colonias antillanas de Cuba y Puerto Rico o a Filipinas, pese al librecambismo entre 1860 y 91 que les afectó bastante. Todo esto sufrió un duro revés tras el 98 y la pérdida de tales colonias ultramarinas, y el varapalo repercutió en los tecnológicamente menos preparados.
En cuanto a nuestra fábrica de harinas de “La Flecha” podemos decir que tras la Desamortización de Mendizabal sus dueños fueron la familia Reynoso, doña Josefa Oscáriz la tenía en 1846 funcionando con 24 pares de piedras, las mismas que la del Cabildo, ambas en el Pisuerga y las más grandes con diferencia sobre el resto. Luego pasó a los Lara Reynoso que la tuvieron funcionando hasta que se quemó el 26 de mayo de 1874. Los actuales dueños hasta entonces eran Manuel de Lara y Reynoso, Mariano Lino y Reynoso, Manuel de Reynoso, Socorro de Lara y Josefa de Lara Pizarro, Joaquina de Lara Garnica, Paz de Lara Crespo, Dolores de Muñoz Velasco y Dionisia de Lara Pinto. No sé si esta última, a tenor de su segundo apellido tenía parentesco con su siguiente dueño, don Manuel Pinto y Moyano, conde de Añorga. Este capitalista vallisoletano que recibió tal título en 1882 de León XIII y sus herederos volvieron a poner en marcha la harinera de la Flecha en 1912, seguramente con todos los adelantos de la época sustituyendo las piedras por cilindros metálicos austro-húngaros y turbinas y que acabaron vendiendo en 1948 a don Ramón Fernández Zúmel, “el Habanero”, quien la tuvo en funcionamiento hasta 1962 molturando una media de 16200 kilos diarios desde el año 43, fecha desde la que se tienen datos en las Memorias anuales de la Cámara de Comercio de Valladolid.
Dar un paseo por nuestra ribera hace unos años y ver la vieja mole, ya sin techo pues sus vigas de madera había desaparecido, formaban parte del paisaje cotidiano, por eso, una vez desaparecida y que tantos vecinos nuevos no la han conocido ha hecho que cuente un poco por encima su historia. Aquí vive aun gente que trabajó entre sus muros.

-Publicado en el diario El Nuevo Arroyo (08-03-2012)


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