Valladolid 1988. Nacen Las Edades del Hombre.


La Iglesia ha creado y conservado a lo largo de los tiempos su patrimonio histórico-artístico para ponerlo al servicio del pueblo en orden a su evangelización. Este inmenso patrimonio, muchas veces olvidado, constituyó la base de la Fundación Las Edades del Hombre.
«Las Edades del Hombre» nació como un pequeño proyecto ideado por don José Velicia y un grupo de amigos allegados. Su idea inicial era mostrar al pueblo castellano-leonés sus riquezas pero sin un afán artístico. En palabras de don José Velicia, «Las Edades» son «un pan amasado por muchas manos para recuperar la dignidad de un pueblo».
Unido a su carácter religioso y eclesiástico, Las Edades del Hombre tiene como finalidad la promoción de la cultura, a través de los siguientes instrumentos: conservación, desarrollo, protección y difusión del patrimonio que poseen las once diócesis católicas en Castilla y León. Estos objetivos se materializan en toda clase de estudios, investigaciones, y actividades sociales, culturales y artísticas que contribuyen al conocimiento y a los designios para las que dicho patrimonio fue creado.


Han pasado 24 años desde que por primera vez abriera sus puertas la primera exposición de Las Edades del Hombre en el marco incomparable de la Catedral de Valladolid. La muestra nació con el objetivo de la iglesia de prestar un servicio a través de su patrimonio. Fue en el año 1988 y se prolongó en el tiempo hasta el 89. En contra de todo pronóstico, Valladolid desbordó a propios y extraños. Una nueva forma de exponer, una ilusión irradiada, un abrir los ojos a nuestros tesoros y un enriquecedor discurso fueron las claves del éxito. Y todo ello poniendo a prueba la más eficaz de las publicidades, el boca a boca.
1.050.000 personas visitaron la exposición a lo largo de los cinco meses y medio que permaneció abierta. Las mejores expectativas situaban el umbral de visitantes en 30.000, mayor cifra alcanzada en Valladolid con motivo de una muestra. Las colas fueron interminables, los elogios eran constantes, desde todos los puntos de la geografía española se acercaban a
conocer la exposición.


Esta era la primera fase del proyecto basada en la iconografía. Don José Jiménez Lozano ideo un guion basado en diez capítulos, cuyos títulos: El sueño del Paraíso, El Señor de la Historia, El Ojo hacia lo Invisible, El dolor y la sonrisa, La
crisis del xv: El Cristo muerto y sepultado, Los trabajos y los días, La estatura del hombre, El sueño de la muerte y la gloria, El silencio y la pobreza: El encanto y el espíritu de lo minúsculo, El Señor de la muerte y de la vida, mostraban el devenir de la vida de los hombres.
El lugar elegido fue la austera catedral herreriana de Valladolid. Por primera vez en la historia se «desacralizaba» una catedral al quedar esta sin culto durante los meses previos, el transcurso y el desmontaje de la exposición.


Uno de los desafíos, convertirla en una inmensa sala de exposiciones en la que las obras de arte religioso recuperaran el sentido para el que fueron creadas. Para ello don Pablo Puente Aparicio ideó una arquitectura efímera que comprendía la totalidad de las naves, y que sorprendió, ya que la tristeza, el gris que siempre evoca esta catedral al encontrarse inacabada, fue totalmente renovada, emanando una luz que, amparada por la de los propios iconos expuestos, dio la sensación a vallisoletanos y foráneos de que habían cambiado la catedral. Junto a ello el sorprendente montaje de doña Eloísa García de Wattenberg.
En palabras de don Pablo Puente, la clave del éxito de la exposición de Valladolid fue sorpresa; sorpresa por el contenido, sorpresa por la manera de exponerlo y sorpresa por el continente, desconocido e infravalorado.


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