Iglesia de San Martín


A la iglesia de San Martín se la cita ya como existente en el año 1148 aunque por entonces tendría la condición de ermita. El populoso barrio que iba a crecer a su alrededor la convierte inmediatamente en parroquia.


La iglesia destacaría dentro del perfil urbano por la esbeltez de su torre campanario cuya fisionomía corresponde a los primeros años del siglo XIII habiéndose, probablemente, tratado de imitar la de la vecina iglesia de Ntra. Señora de la Antigua; como ésta tuvo también tejado piramidal por remate. La sobriedad de su decoración y los arquillos apuntados de sus ventanas expresan una cronología más avanzada y una sensibilidad gótica.



Este primitivo templo, más o menos reformado o ampliado, permaneció en pie hasta el año 1588, momento en que se decide su demolición para levantar una nueva iglesia. La traza la facilitó el arquitecto Diego de Praves, que proyectó una iglesia de una sola nave, con capillas hornacinas, alojadas entre pilares decorados con pilastras toscanas, cubierta por una bóveda de medio cañón sobre arcos fajones y una cúpula ciega sobre pechinas en el tramo de su crucero. Un modelo típico de iglesia conventual, empleado en esta ocasión con fines parroquiales.


El cantero Rodrigo de Olabe fue quien se encargó de la construcción, comprometiéndose a fabricar la capilla mayor y el crucero en un plazo de dos años, que al parecer no pudo cumplir. Todavía en 1596 Gaspar Guisado se ocupaba de construir la bóveda, mientras que el alarife Juan de Ballesteros hacía los tejados, interviniendo en ese mismo momento Diego de Praves y Azcutia para dar “la planta de las gradas y trazar el cómo se ha de postear la yglesia”. En la fábrica intervino también Juan de Mazarredonda.


En la iglesia se encuentra la pila en la que fue bautizado José Zorrilla

A lo largo del interior de la iglesia existió una inscripción especificando que todo el templo lo fabricó en 1621 el arquitecto Francisco de Praves, circunstancia que permite suponer que el hijo de Diego de Praves hizo la nave del templo y la portada, ya que las obras estuvieron interrumpidas desde 1601 a 1610 por lo menos, años en los que no se constata ningún gasto extraordinario en sus cuentas.



La fachada, sumamente austera y articulada en dos planos, se remata en un frontón triangular, ofreciendo un esquema muy palladiano. Su portada, concebida como un arco triunfal muy simplificado, presenta en su imafronte el altorrelieve que realizó en 1721 Antonio Tomé, representando a San Martín entregando su capa al mendigo.


Su antiguo retablo mayor que subsistió hasta 1672 estaba formado por pinturas sobre tabla, colocadas entre pilastrillas, con historias de San Martín y de otros santos; en medio se situaba la escultura de Nuestra Señora de la Peña de Francia.


En el colateral del evangelio se disponía el altar de Santa Ursula que en 1622 era “nuevo de talla y pinturas todo él dorado” y poseía reliquias “metidas en unos cuerpos de vírgenes”. El altar del lado de la epístola estuvo dedicado primeramente a San Sebastián, pero en 1606 se sustituyó por un altar de Nuestra Señora de la Concepción formado por “columnas grandes que abrazan con su cornisa por arriba una imagen de Ntra. Señora de la Antigua de Sevilla muy grande”. Debajo de la torre y “en el hueco Della” –actualmente sirve como sacristía- se hallaba la capilla del Santo Cristo cuyo altar fue nuevamente adornado en 1622.

Retablo prechurrigueresco

La primera capilla “fuera de la mayor”, construida en el cuerpo de la iglesia, fue la del dominico Fr. Alonso Fresno de Galdo, obispo de Honduras, que en 1622 tenía “un retablo de madera blanco nuevo con Cristo de bulto ya pintado”, retablo que en 1626 ya se había dorado al igual que su reja “dorado de negro y oro con sus bolas”. Enfrente de esta capilla, en el muro de la epístola, estuvo el grupo de San Martín “puesto a caballo, dando la media capa al pobre, con sus andas”.
En 1968 se restauró por el hundimiento de bóvedas y cubiertas.


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-Fuente: Catálogo Monumental. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (Parte Primera). Por Juan José Martín González y Jesús Urrea Fernández. Institución Cultural Simancas

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