El antiguo servicio de extinción de incendios

El cuerpo de Bomberos posando frente al antiguo Hotel Moderno en 1905

Aún en pleno siglo XIX, cuando el golpe de Pavía acabó con la efímera vida de la I República, las campanas de las iglesias eran la manera más rápida y eficaz de comunicarse, un código de tañidos que no solo avisaba de los oficios religiosos, la misa, el rosario, la novena, sino también de la muerte de algún feligrés, de las horas del día y de la noche y de los incendios que con cierta frecuencia se producían en Valladolid.
Como el parque de bomberos no estaba organizado, era la propia gente del barrio quien primero acudía a sofocar el fuego porque desde el campanario se daba rápido aviso de lo que ocurría, no solo a los más próximos sino a la ciudad entera, ya que cada iglesia se identificaba por un número de tañidos.
Así, por un tañido se sabía que el fuego estaba en las inmediaciones de la Catedral, 2 en La Magdalena, 3 en La Antigua, 4 en San Martín, 5 en San Miguel, 6 en San Esteban, 7 en San Juan, 8 en San Pedro, 9 en San Andrés, 10 en San Nicolás, 11 en San Lorenzo, 12 en Santiago, 13 en El Salvador, 14 en San Ildefonso y 15 en La Victoria. Se hacían pausas y se repetían las campanadas para que la gente no se equivocara de escenario, pero a veces la buena voluntad no era suficiente y se quemaba una casa, una manzana de casas, o medio barrio, incluso, como había ocurrido a lo largo de la historia.


En 1879 hubo un gran incendio en los talleres del Ferrocarril del Norte que fueron pasto de las llamas, seguramente porque no funcionó el sistema de alarma de los campanarios, habida cuenta de que la Compañía de los Caminos de Hierro no estaba empadronada en ningún barrio concreto y si los más próximos, San Ildefonso, San Andrés y San Juan, se liaban a dar campanadas iba a ser peor el remedio que la enfermedad, creando el caos y la desorientación.
Una de las atracciones más celebradas de las ferias de 1901 era “El Palacio Luminoso”, una barraca establecida en el Paseo Filipinos, que en plena representación sufrió un aparatoso incendio que sembró el pánico entre el numero público que allí se encontraba. No hubo heridos, pero cuando los bomberos quisieron llegar la caseta había quedado destruida y una de las artistas que intervenían en el espectáculo, madame Albert, perdió en su huída un valioso brazalete que, naturalmente, no apareció.

-*Fuente: El Templete de la Música - Jose Miguel Ortega Bariego.
ISBN: 978-84-96864-13-9

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