El Esgueva devora a Valladolid

Las lluvias de 1924 agigantaron de tal manera el río que anegó buena parte de la ciudad y dejó a cientos de familias sin casa
Aseguraba el escritor que todo ocurrió porque el río recordaba sin cesar su cauce antiguo, quería revivirlo, volver a surcarlo; y enfurecido y colérico, arrasó sin piedad cuanta casa, cosa y persona se encontró a su paso. El Esgueva de siempre, el del mal olor, el río de Pucela, embrutecido por la incontenible lluvia de marzo, destrozó decenas de hogares y dejó a cientos de familias en la calle. Deambulaba por el cauce artificial crecido, agigantado y arrollándolo todo.


Llovía con especial fiereza aquel mes de 1924, aquel 27 de marzo en que el agua rebasó ya la carretera del paseo de la Facultad, llegó hasta la calle del Paraíso, continuó por la Plaza del Marqués del Duero y recaló en la plazuela de la Solanilla, a la que dejó completamente inundada. Llovía y llovía y la calle de la Puebla ya tenía su mitad anegada. Peor fue lo del día 28, cuando llegó la debacle. Más de 400 casas fueron invadidas o aisladas por las aguas y más de un millar de familias tuvieron que buscar un nuevo lugar donde alojarse. Varios hogares se derrumbaron, todo sonaba a cataclismo. Lo dramático del caso era que todos los afectados eran obreros, gente de modesta posición, mujeres y niños de clase humilde para los que, precisamente, llovía sobre mojado.

El Esgueva a su paso por lo que hoy es la calle Paraiso

'Currantes'
Eran los currantes de los Vadillos y de Pajarillos Bajos, hombres fornidos y desesperados que tabicaban las puertas de sus viviendas y corrales con ladrillos, con piedra y arcilla o con tierra y escoria que cogían de la vía. Aquellos que vivían en los aledaños de la red ferroviaria no tuvieron más remedio que dejar todos sus enseres en el terraplén. Familias enteras sin hogar, pobres más pobres y mujeres tristes. Los barrios de San Andrés, San Pablo, San Juan y Santa Clara quedaron completamente cubiertos de agua. Los hundimientos eran constantes; tapias y construcciones accesorias se venían abajo con inusitado estruendo y rapidez, la gente gritó asustada al contemplar cómo se derrumbaba una casa de dos pisos en una huerta de la calle de Villabáñez mientras familias enteras de las casas cercanas eran desalojadas por miedo a consecuencias aún más funestas.


Varios edificios de San Andrés se desbarataron y el inmenso público que contemplaba el desastre tuvo la dramática oportunidad de asistir, a las cinco y media de la tarde, en la mismísima Plaza del Dos de Mayo, al estruendoso hundimiento de la casa que se hallaba junto al antiguo cauce del Esgueva, detrás de la calle del Doctor Pedro de la Gasca.
En el hogar de Beneficencia, los voluntarios lograron poner a salvo a los ancianos que estaban asilados, y, no menos importante a las Sagradas Formas que guardaban en el interior del centro. Con todo, los daños ascendieron a más de 40.000 pesetas. En el matadero no se sacrificaron reses y en la iglesia de San Pedro, para sorpresa y temor de los fieles, el agua llegaba hasta la escalinata de la entrada. Un gran socavón se abrió entre la calle de Fructuoso García y la fábrica "La Arcillera", mientras los vallisoletanos de a pie se esmeraban en poner en práctica toda la solidaridad posible.
Porque en la ayuda desinteresada, en el auxilio solidario y en el amparo de los pobres, Valladolid dio toda una lección al país. La prensa lo ensalzó sin cesar. A muchos se les veía arrastrar carros, ganados y demás medios de transporte, a cada cual más rudimentario, para salvar a las víctimas. Las tropas de Intendencia, sabiamente dirigidas por Mariano Rueda, desalojaron casas, trasladaron muebles y ajuares y pusieron a resguardo a varias familias. Tampoco se quedaron atrás los regimientos de Artilería, al mando de los cuales estaba el teniente coronel Manuel de la Cruz, ni tampoco la Guardia Civil y el cuerpo de Seguridad y Vigilancia Municipal. Todos a una arrimaron el hombro y salvaron la situación.

Alabanzas
La Cruz Roja se ganó su pequeño pero brillante espacio de gratitud y éxito en las páginas de los diarios locales, y todos alabaron el buen hacer del delegado Mariano Fernández, esforzado benefactor que llenó los barrios de puestos de socorro. De los bomberos se resaltó su profesionalidad y eficacia más allá de lo que les daba de sí el exiguo material que portaban, y de los obreros municipales se estampó una bonita imagen en la que acarreaban material y barcos. ¿Y qué decir de la pericia de la buena gente? El ingenio no estuvo ausente y para pasar de la calle de la Salud a la de San Isidro, los más avispados colocaron un enorme tablón por donde millares de personas cruzaron sin parar durante todo el día. Las colas en uno y otro lado se hicieron enormes.
Cuando llegó el día 30, el tiempo se calmó y se hizo recuento de los daños. Valladolid entero respiró aliviado pero volvió a maldecir, como el Quevedo de los viejos tiempos, a ese Esgueva maloliente que les había arrebatado casas, enseres, ajuares y bienestar.

-Fuente: El Mundo - Diario de Valladolid - Valladolid Sorprendente - Enrique Berzal

-Fuente: http://www.valladolid-es.info/esgueva.htm

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